Capítulo 3, segunda parte

Continuación del capítulo 3, primera parte


    De vuelta al presente, su bisnieta seguía sorprendida de la aparente lucidez de la anciana, al menos en lo que a su libro se refiere. Pero no era el momento de lecciones teóricas, sino prácticas (nº 4: «Experimento de alto secreto»). 


«La próxima cereza que crezca en esta rama tendrá un sabor repugnante». 

                                            será azul». 

                                                                será GIGANTESCA». 


    —Deja a ese pobre árbol en paz… 

    —De eso nada. Quiero entender cómo funciona tu sello y hacer que la gente pruebe cerezas diferentes. Seguro que pagarían una fortuna por comer cerezas azules. ¡Imagínate lo que darían por una del tamaño de una casa! 

    La niña buscó con el tacto alguna flor, pero solo quedaban yemas; era necesario darle tiempo al bonsái para regenerarse… o en su defecto, había que engañarlo hábilmente. Cereza colgó el contrato de cualquier rama, cogió la vela con una mano y a su bisabuela con la otra, y se alejaron de espaldas al arbolito dando algunos pasos. Luego se giraron de súbito a verlo, y varias yemas crecieron hasta convertirse en flores. 

    Repitieron lo mismo una vez más, acabando casi en el otro extremo de la cocina; avanzaron un par de pasos, dieron la vuelta y miraron fijamente al bonsái. Esta vez, una de las flores llegó hasta el punto de dejar caer sus pétalos y contraerse en una diminuta bolita roja… que creció y creció hasta alcanzar el tamaño de un albaricoque. 

    La cereza cayó sobre la tierra de la maceta y rodó para acabar en la mesa; allí siguió creciendo, y cuando parecía una sandía volvió a rodar y a caer, esta vez al suelo. Entonces siguió creciendo, y creciendo, y creciendo, pues tenía vocación de eso mismo, de fruta GIGANTESCA. 

    Cereza tuvo que pellizcarse en el brazo para convencerse de que aquello no era un sueño amenazando con volverse pesadilla. 

    —¡Nonnia, haz algo! 

    —¿No querías una cereza del tamaño de una casa? Pues ahí la tienes… 

    —¡Va a aplastarnos si no la sacamos de aquí! —El enorme balón rojo no paraba de hincharse, haciéndose cada vez más gordo y amenazante. Pero la niña también notó que, a medida que crecía, comenzaba a transparentar; de hecho, al otro lado de la fruta podía verse la puerta trasera de la casa. 

    Cereza dio un salto para coger uno de los tenedores de madera secándose junto al fregadero, se acercó temblando al monstruoso globo y lo pinchó en el centro. 

    El fruto soltó un potente chorro de aire que apagó la vela en la mano de Cereza y que lo impulsó rabiosamente por la cocina, tumbándolo todo y haciendo que bisabuela y bisnieta se tiraran en el suelo con las manos sobre la cabeza para protegerse (la primera solo llegó a arrodillarse). Cuando apenas le quedaba aire, el globo dio un último empujón a la puerta trasera, abriéndola de golpe y escapándose. Sobrevoló bastantes metros de campo baldío hasta desinflarse. 

    —No sé quién querrá comprar cerezas llenas de aire… —refunfuñó Nonnia. 

    Su bisnieta tanteó el suelo hasta encontrar la vela y la caja de cerillas. No eran pocos los platos y vasos que sintió al pasar la mano, ahora que estaban a oscuras. 

    —Menudo desastre —insistió la anciana—. ¡Te espera una buena! 

    —Ten, haz algo útil y enciende la vela… 

    Cereza tenía el corazón en un puño. Estaba segura de haber escuchado cómo se rompía la maceta del bonsái al caerse al suelo. Lo encontró al otro lado de la mesa, tirado de un costado; por suerte, solo se había roto el falso fondo de cerámica. La niña se puso El Libro de la Cereza bajo la axila e hizo un gran esfuerzo por levantar el arbolito en brazos. Tal vez fuera por el peso, pero cargar la maceta estaba dejándola sin aliento. 

    Los primeros chispazos de una cerilla arrojaron algo de luz sobre el estropicio. Cereza no quería respirar hondo y no mirar demasiado, pero pronto la luz fue tan intensa que fue imposible obviar el caos. 

    —Esta vela no prende… —se quejó Nonnia. 

    —¿Cómo que no, si todo está ilumi…? —Cereza se giró y quedó petrificada. 

    Nonnia sostenía entre dos dedos la punta rota, mientras que el resto (la parte con la Marca del Sello del Fuego) ardía junto a la caja donde guardaban las demás cerillas. 

    Las llamas saltaron de la cajita a la encimera, y de la encimera a las cortinas, y de las cortinas al arco que llevaba al salón. Sintiendo algo de calor y alertada por su bisnieta, Nonnia se dio lentamente la vuelta, dando pasitos sobre sí misma. 

    —Uy —exclamó—. La cosa está que arde. 

    Cereza dejó el bonsái en el suelo y corrió a buscar a la inocente pirómana. Tuvieron que tirar entre las dos de la mesa, que había sido empujada por la enorme cereza-globo hasta bloquear el acceso a la puerta trasera. 

    El crepitar de la madera y el olor a humo les metían prisa. Aquello parecía un delirio anaranjado y rabioso; el sofoco era idéntico a una fiebre muy intensa, y tanto o más peligroso. 

    La niña puso El Libro de la Cereza bajo el brazo de la anciana, cogieron el bonsái entre ambas y salieron al huerto vacío, donde se sintieron revivir gracias a la brisa fresca de la madrugada. 


Continúa en el capítulo 3, tercera parte

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