Capítulo 1, segunda parte
A Cereza le cayó un sermón tan aburrido como necesario. Le habían dicho numerosas veces que apenas les quedaba papel y que no podía desperdiciarse ni el más pequeño trozo, a menos que fuera para hacer deberes o para dibujar tarjetones de memoria que ayudaran a Nonnia a recordar palabras. En su lugar, había conseguido que su bisabuela estampara una marca —un logro del que todos estaban secretamente orgullosos—, solo para malgastarla pocos segundos después con un contrato imposible y problemático.
El padre de Cereza hizo acopio de paciencia, sentó a la niña sobre sus piernas y le explicó los errores en su texto; a fin de cuentas, quizás algún día le tocara ser la arcontesa del Sello de la Cereza, y más le valdría entonces saber cómo escribir contratos.
«A partir de ahora, todas las cerezas tendrán sabor a chocolate».
—Lo primero: «A partir de ahora» sobra. El contrato siempre entra en vigor a partir del momento en que queda sellado, a menos que se indique lo contrario.
«A partir de ahora, todas las cerezas tendrán sabor a chocolate».
—En segundo lugar, «todas» también está de más. Cuando escribas sobre las cerezas, si no especificas otra cosa, siempre te estarás refiriendo a todas las que existan ahora y en el futuro. ¿Lo entiendes?
La niña asintió muda y con la cabeza gacha, pero tomando nota mental.
«A partir de ahora, todas las cerezas tendrán sabor a chocolate».
—Además, «tendrán sabor a» es demasiado largo: te sobran letras. Deberías haber usado «saben a», que viene a significar lo mismo y es más inmediato. ¡Con tantos errores has acabado desperdiciando una buena cantidad de papel!
La niña entornó los ojos, aunque era consciente de la gravedad de la situación doméstica y comprendía el enfado de su padre. Precisamente por eso se quedó boquiabierta cuando le vio coger el crayón, tachar por completo el texto plagado de «faltas», y escribir con caligrafía minúscula:
«A partir de ahora, todas las cerezas tendrán sabor a chocolate».
«Las cerezas saben a chocolate».
Una vez más, la marca impresa en el papel comenzó a iluminarse mientras escribía —Cereza se mordía y relamía los labios con ansia—, pero se apagó del todo al terminar de dibujar la última letra.
—Pues vaya fiasco —bufó la niña—. A ti tampoco te ha funcionado.
—Claro. El texto aún contiene el error más grave de todos. ¿Sabes cuál es?
Su antojo era tan grande que le costó horrores contestar.
—Que nuestra familia no tiene el Sello del Chocolate…, y si el papel no lleva también esa marca, el contrato no puede hacerse realidad.
—Más o menos. No existe tal cosa como el Sello del Chocolate, pero sí el del Cacao. De hecho, la familia que lo tiene vive muy cerca del Mercado Central.
Comentarios